Porque puedo cerrar puedo abrir.

 

¿Cómo vas a dejar de hacer lo que quieres hacer por si acaso en un futuro quisieras dejarlo de hacer?

Leído así suena patético, ¿verdad? ¡pues escúchate atentamente!

¿Te acuerdas de eso que hace tanto tiempo que quieres hacer y no te permites hacer porque no sabes cómo acabará, porque no puedes prever el resultado final de antemano?

Tu le llamas prudencia, ser precavido, pero quizá no es otra cosa que atentar a la vida. A la tuya.

¿Cómo vas a dejar de abrir, sólo porque no sabes cerrar?

¿Cómo vas a dejar de empezar, sólo porque no quieres acabar?

¿Quién te engañó tanto que te hizo creer que vale la pena vivir una vida sin riesgo? ¿sin fracaso? ¿sin error?

¿Quién te quiso tan mal que te dijo que mejor pájaro en mano que ciento volando?

Y tu, niñ@ grandote, sí tu, deja de culpar a los otr@s y dime, ¿cómo sigues aún creyéndote todas esas mentiras como si no pudieras pensar? mientras ves pasar sin clemencia tu vida y en ella, incrustada la ausencia de tus sueños y de tus anhelos.

No quieres sufrir, pero entonces tampoco te permites gozar.

No quieres decepcionarte, pero así tampoco consigues entusiasmarte.

No quieres desilusión pero tampoco nunca encontrarás pasión.

¿Probamos a ver si en vez de tanto entreno en querer conseguir que salga “todo bien” (pretendiendo que eso signifique algo…) nos entrenamos más en poder soltar, acabar, cerrar, aceptar que “no salió bien” (en el caso que se haya entendido qué significa) y despedir?

Si nos diéramos el permiso para poder acabar, nos lo podríamos dar también para poder empezar.

No sé si entonces sería mucho más fácil vivir,

pero sí sería vivir como si estuviéramos vivos.

 

(Septiembre 2017)

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